Es hora, amigos, de que las personas nos replanteemos la guerra y mejor abierta y públicamente.
Y no me parece mal criterio comenzar haciéndolo apelando a la Iliada y El arte de la guerra, pues la guerra es el asunto que ambos tratan, ¿Qué podría haber de mayor interés para los humanos?
Ambos libros, escritos más o menos en la misma época, fundan y configuran dos de las principales líneas de desarrollo de la civilización humana, la occidental y la china. Y ambos son claros en su definición; la guerra es el arte del engaño.
Así lo define sin demora ni paliativos el Arte de la Guerra en su primera página y así la ganan los griegos engañando a los troyanos con el caballo erigido en honor a la diosa Pallas Atenea.
Pero si el engaño al enemigo es puntual, el engaño al subordinado es permanente. La Iliada misma es la forma habitual de la falsedad política; propaganda nacionalista, que particularmente justifica la invasión de Troya con la historieta de Helena y, en último término, la guerra la causan los dioses.
Mientras en el Arte de la Guerra, que no se ocupa de origen alguno de esta y dice simplemente en su primera línea que la guerra es la vida del estado, se nos expone y detalla la necesidad de manipular al subordinado o soldado material y mentalmente, entre otros modos con los mismos recursos de propaganda y mistificación de la Iliada.
Es decir, que la guerra es la causa de que nos engañemos (o viceversa), tanto al enemigo como a los subordinados. En efecto, pongamos las cosas en claro; el problema humano no es la falta de entendimiento, que lo tenemos y de sobra sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, el problema es que nos engañamos unos a otros.
Ahora, ¿Cómo utilizar la verdad o establecerla, para relacionarnos, cooperar en lugar de destruirnos mutuamente, y confiar así unos en otros? Lo de Dios fue una idea.
Ciertamente que la verdad de las personas nos aparece incierta, pues somos libres y cada uno puede cambiar de parecer de un segundo para otro, y no pasa nada, pues de lo que se trata es que si se cambia de parecer, antes de actuar y desconcertar a los otros, primero se avise, exponga y coordine, de la misma manera que sucede con cualquier iniciativa, cuyo origen es individual ¿correcto?
Pero algo es seguro, tenemos que comenzar proponiéndonoslo.
Y si algo es seguro también es de que la verdad requiere la transparencia y la transparencia es también lo mismo que la universalidad, algo imposible en el pasado, pero que hoy la globalización nos permite y nos requiere a voces, pues lo más importante es que lo que estamos diciendo y proponiendo se dirige a todo el mundo sin distinción ni discriminación. ¿No es esa su garantía al tiempo que su novedad?
Por ese motivo convocamos un Congreso Universal abierto y transparente de unidad humana con el que comencemos a cooperar todos según el sentido común y la objetividad de las acciones y los objetos que revelan permanentemente la verdad en la práctica, la simultaneidad o esfuerzo concertado en el mismo objetivo.
El congreso no es una idea, es una actividad de la que, como de un camino, sabemos o, al menos prevemos, desde el principio al fin y esa actividad es relacionarnos todos en cooperación en lugar de en destrucción. Y en esa actividad se invierte tiempo, dinero, gestión, porque esos servicios se compran -para darles más valor.
Adiós