En todo el mundo se considera El Quijote como una obra maestra de la literatura universal en aprecio a sus muchos valores y logros literarios. Pero sin entender su sentido. Ahora veremos porqué, y por qué es hora de que se haga ya público.

El nacimiento de la novela

Cervantes sigue en la línea trazada por el género literario conocido como picaresca, origen de la forma literaria predominante en la actualidad, la novela. La picaresca es considerada en ocasiones como «literatura del pobre», debido a que sus personajes no son ni príncipes ni aspiran a gloria alguna, tan solo se buscan la vida. Pero la picaresca es realmente una teoría del conocimiento que propiamente comienza con La Celestina (1499), cuya forma es todavía dialogada, un híbrido de novela y drama, un intento de buscar la verdad en base a la experiencia vital que nos es común a los humanos, en lugar de buscarla en las abstracciones o figuraciones (ideas).

Este fenómeno es específico de España muy seguramente a consecuencia de la convivencia hasta el siglo XV de las tres religiones monoteístas o del Libro, algo que ya había dado lugar a una literatura particularmente realista, como puede apreciarse en la comparación del Poema del Mío Cid con otros cantares de gesta europeos -y así lo señala el gran filólogo Menéndez Pidal calificándolo de cantar de gesta “psicológico”. Y el realismo se agudiza y reflexiona sobre sí mismo con la imposición oficial del cristianismo en toda España. A La Celestina le sigue El Lazarillo de Tormes en 1554 y El Guzmán de Alfarache en 1599. La primera parte del Quijote se publica en 1604.

Pese a que la picaresca expone acertadamente como pretende la distancia y contraste entre las figuraciones o ideologías y la realidad de la vida, asume también inconsciente y paradójicamente un postulado del idealismo; que la causa del mal es la naturaleza humana, las pasiones que nos dominan; muy particularmente la codicia y la lujuria. Como consecuencia, el magnífico Guzmán de Alfarache es terriblemente pesimista y argumenta y concluye que no nos cabe esperar nada en esta vida y solo podemos consolarnos pensando en la otra.

Cervantes comparte el estilo realista y la tarea investigadora de la picaresca, pero disiente de su resultado. En El Quijote el único poema preliminar que firma el poeta o autor, Cervantes, remite al Lazarillo y a La Celestina, el resto de los poemas preliminares son de otros personajes literarios que se dirigen jocosamente a sus homólogos entre los personajes de El Quijote. En el Prólogo a la segunda parte señala que su novela es ejemplar frente a la forma escandalosa de las que le preceden, y podemos ver claramente que dialoga y encara a la picaresca con la novela intercalada en El Quijote, El Curioso Impertinente, que nada tiene que ver con la historia del hidalgo, y trata el caso de dos adúlteros virtuosos, pero sometidos a un condicionamiento irresistible que les lleva a sucumbir a la pasión amorosa -pasión fácilmente controlable si se previene en lugar de incitarse. Animo al lector a que lo lea y apreciará este su sentido sin dificultad.(1)

El mal es el arma

El mal, para Cervantes, como para cualquier persona, es el propósito o intención de causar mal o daño. El mérito de Cervantes es que nos desvela y explica como el arma, que contiene ese propósito de causar el mal, actúa desde su potencia -y, por lo tanto, desde su misma existencia, que es anterior al ser humano y a la que este no ha tenido más remedio que adaptarse.

Nuestro problema es que, como no reconocemos la mala intención tampoco pretendemos acabar con ella, pues realmente no es una decisión libre, sino que nos es sobrevenida y, aún peor, utilizamos las figuraciones para diferenciarnos como humanos y justificar el mal y forzamos a los otros a confesarlas y creerlas mediante la proyección de daño del arma, modo como se alinean con nuestra arma frente a las otras.

Por eso, aquellos que encuentran a don Quijote, como las mozas de la venta o el ventero -le temen solo por ver sus armas, sin que medie intención ofensiva alguna de don Quijote, y actúan y confiesan según el desea, le siguen en su jerga, sus ritos, disparates y locura caballeresca sin mayor problema, pues las palabras y los actos se adaptan a todo, todos somos capaces de figurarnos cualquier cosa. Y así hará también hará después Juan Haldudo. Hasta que encuentra a los comerciantes toledanos que, como son suficientemente fuertes como para hacerle frente, se ríen de él y, finalmente, le apalean.

Don Quijote se arma y sale al mundo a hacer confesar (la belleza de Dulcinea), pero ese propósito de un loco es precisamente la descripción de la vida real que se nos expone luego verídicamente en toda la novela, con sabor especial en los relatos del cautivo y en las referencias reales a los renegados, o en el caso de Zoraida, que levanta sospechas porque todavía no está bautizada, etc.…y de este modo se nos explica el sentido de todas las figuraciones e ideologías del mundo, desde las religiones antiguas a la política democrática actual.

La recepción de El Quijote

Los contemporáneos de Cervantes no solo recibieron El Quijote con entusiasmo y alborozo, sino que lo entendieron perfectamente, pues Cervantes no solo no oculta su propósito, sino que da una clave bien clara para que no quepa duda de qué está hablando, tal como vio claramente Dámaso Alonso, gran filólogo y poeta de siglo XX, presidente de la Real Academia Española de la Lengua en los años 50. Dámaso Alonso tiene varios trabajos sobre El Quijote y entre ellos El hidalgo Camilote y el hidalgo don Quijote (2) , en el que muestra que el origen y referencia del Quijote es el hidalgo Camilote, un personaje del Segundo Libro del Palmerín de Oliva (1516), más conocido como El Primaleón, un libro muy famoso en su tiempo y con un gran número ediciones. Palmerín es ya en El Primaleón emperador de Constantinopla y allí llega Camilote con su fea novia Maimonda y solicita a Palmerín que le arme caballero para poder defender el honor de su amada y, más que eso, para hacer confesar mediante duelo a los caballeros de la corte que es la más bella del mundo. Tras matar a varios caballeros es vencido y muerto por don Duardos. Y, aún más; la obra La tragicomedia de don Duardos de Gil Vicente, el más famoso dramaturgo portugués de esa época (y de todas), versa ya en exclusiva de este caso y se expresa en clave cómica, al modo del Quijote. Dámaso incluso edita el don Duardos de Gil Vicente en castellano. No hay duda de que Cervantes también conoció esa obra dado su fuerte interés por el teatro y hay referencias de que Cervantes vivió una temporada en Lisboa. Alonso identifica siete coincidencias entre Camilote y don Quijote y concluye que es imposible que no sea la referencia de Cervantes, pues es tan evidente que de no serlo hubiera tenido que tomar medidas para prevenir en el lector una inevitable relación.

De modo que su sentido estaba claro cuando fue publicado y causó ya enorme disgusto al gran Lope de Vega, el principal intelectual orgánico de su tiempo, quien dictamina y amenaza: “no hay poeta tan necio que alabe El Quijote”, pues El Quijote desenmascara al poder, que es la proyección del arma, y lo desnuda de su disimulo sin opción figurativa alguna. Por eso, Lope, o en todo caso su equipo, es seguramente el autor del Quijote apócrifo. El desconocido autor Avellaneda seguramente es seudónimo de Lope, el llamado Ave Fénix de los Ingenios, a quien Góngora en ocasiones llama Llana en lugar de Vega -léase el poema Patos del aguachirle castellana- para poner de relieve su superficialidad. Y en el prólogo del apócrifo se muestra gran resentimiento contra el primer autor del Quijote al que menosprecia e incluso veja por su manquedad. Y refiere también al «sinónimo voluntario» que es, sin duda, Camilote. El Quijote apócrifo acaba dejando al loco don Quijote bajo los caritativos cuidados del Nuncio de Toledo.

El Quijote cayó luego en el olvido en España y fue solo aquí reconocido de nuevo en el siglo XIX, precisamente al enterarse los pobres españoles que era muy valorado en otros países de Europa (vea quien tenga interés Don Quijote en el país de Fausto, de Bertrand), pero ya su interpretación, cuando no intencionada y furiosamente ocultada por los que la percibieron y, al tiempo, eran líderes ideológicos como Lope, resulta en extravíos cuando no en disparates, pues nuestro mundo es hoy todo unidimensionalmente idealista o figurativo, y la experiencia realista ha quedado sumida en el olvido. El mismo Dámaso Alonso señala que la llamada novela realista del siglo XIX propiamente no lo es, pues los personajes no responden a sus circunstancias, sino que son creados como medios ideológicos del autor, y la califica de “literatura de lo particular”. Ante esta situación, creo que no están de más aquí unas líneas sobre el significado de un pensamiento realista.

El realismo literario

El pensamiento occidental es platónico, se basa en ideas, o aristotélico, en silogismos, mientras que el pensamiento realista se basa en la analogía o en la comparación, pues utiliza nuestra capacidad de ponernos en lugar del otro y así remite a la experiencia vital, por eso da lugar en Occidente al género novela. Y en China, carente de la abstracción y mitos de los griegos, la expresión del pensamiento en su filosofía clásica es realista, se basa en la vida, en la exposición de casos presentes o históricos que sirven para que cada uno experimente virtualmente la circunstancia y decisión del protagonista y extraiga consecuencias libremente, principalmente decida si es ejemplar o no. Observe el lector como, por ejemplo y sin ir más lejos, comienzan Los Analectas de Confucio:

“Capítulo 1
1.1
«El Maestro dijo: «¿No es una alegría aprender algo y después ponerlo en práctica a su debido tiempo? ¿No es un placer tener amigos que vienen de lejos? ¿No es rasgo de un caballero no incomodarse cuando se ignoran sus méritos?”.

Aparte del aspecto práctico de aprender, pues saber es poder, se nos da a entender el placer de aprender comparándolo con recibir un amigo que viene de un lugar distante y al que, por tanto, tratamos con interés, respeto y nos preocupamos de él tras el largo viaje y esperamos también que nos cuente novedades y costumbres ajenas a nuestro entorno, pues queremos contrastar nuestra circunstancia con la suya, etc. O, igualmente, en tanto estudiamos entendemos a los autores de hace cientos de años, ganamos así en confianza en nosotros mismos, sabemos de nuestra capacidad e inteligencia y no necesitamos ya a otras personas nos juzguen y declaren valiosos, pues tenemos certeza de ello por nosotros mismos y eso nos proporciona compostura, dignidad, satisfacción….

El silogismo occidental a diferencia de la analogía en general es ideológico/totalitario, se establece una premisa universal y se deduce de ella una particular: Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal. El asunto está en que el silogismo que se utiliza en la vida ordinaria suele ocultar alguna de sus premisas (Aristóteles lo llama en estos casos entimema) principalmente la universal, que queda implícita y eso es lo que se confiesa. Por ejemplo: Manuel Herranz es español, luego es tonto (Universal oculto: todos los españoles son tontos).

Dámaso Alonso en su obra La novela cervantina define el realismo (literario) como “la vivificación a que la palabra levanta el argumento mismo” y señala que Cervantes da un paso más respecto a todo el realismo anterior; «del realismo de las almas», pasa al «realismo de las cosas». Pues lo que determina a los humanos es (la existencia de) el arma, y su proyección de amenaza. Propiamente Cervantes lo señala claramente en El Quijote en diferentes pasajes: “que es lo mesmo decir armas que guerra” o al señalar en varias ocasiones que el problema del mal no es el agravio, que se puede reparar o compensar, el problema es la afrenta -que sostiene la ofensa, la situación en la que nos pone (la existencia de) el arma, esa es nuestra contradicción y no otra alguna.

Ciertamente que en la vida ordinaria aplicamos una forma básica de realismo, el económico, pues es fácilmente reconocible que cualquier figuración o narrativa favorece al que la financia, pero ese es un punto de vista ciego que no puede explicar cómo, al tiempo, conduce a la destrucción propia -mutua. Como apunta también Cervantes, la justicia (distributiva – de la desigualdad) tiene su origen en el arma y, si bien Sancho obedece a su amo por el salario, sobre todo acompaña a don Quijote con la esperanza de ganar una Ínsula, pues los bienes son el botín o ganancia del arma en tanto quedan a su servicio.

El totalitarismo del estado no niega/prohíbe el realismo económico, del mismo modo que para el intercambio de bienes entre estados (armas) es necesaria una divisa internacional aceptable, o una intermediación como es o ha sido históricamente la de los judíos, pese a que su relación como armas es de suma cero, pero esa conveniencia es posible como cooperación frente a terceros, tal como en su día se aliaron económicamente EEUU y China contra la Unión Soviética, algo ya sin sentido y por eso los movimientos actuales de Trump. Lo que el estado no puede permitir que se ponga en cuestión las figuraciones, la ideología, porque sería cuestionarlo a él mismo y perjudicarlo en su ejercicio, la guerra.

La bandera blanca

Lo cierto es que Cervantes, a diferencia de lo que puedan pensar los intelectuales orgánicos como Lope, si nos deja opciones, pues nos muestra que los humanos somos iguales, y así diferentes, independientes, del arma, como lo prueba que podemos diferenciarnos de ella mediante la bandera blanca. La bandera blanca aparece en El Quijote en el crucial encuentro entre el cautivo y Zoraida (3) para facilitar el amor entre dos personas de fes irreconciliables que en su tiempo dividen y desangran en mundo. Y ese paño blanco lo eleva don Quijote sobre el carro de las banderas reales (de colores) una vez que sale indemne de su encuentro con el león.

En nuestro mundo todos rechazamos o despreciamos la bandera blanca, ya que detiene el arma, el mal -lo que para el arma significa rendición. Pero Cervantes no usa la bandera blanca con el propósito de rendirse, ni ese es su efecto en ninguno de ambos casos, con lo que así nos muestra la diferencia entre los humanos, con diversas opciones, y el arma, con la opción única del daño, y así nos recuerda y afianza en la esperanza y certeza de que podemos superar el mal.

Lo más sano y mejor es que el amable lector lea El Quijote, que lo intente por lo menos con los primeros capítulos de la primera salida, que seguramente se corresponden con la novela ejemplar original que dio inicio y pie a esta gran aventura y enorme desarrollo posterior una vez que Cervantes comprendió la verdad y potencia de su tesis. Y no desprecie el Prólogo, escrito seguramente al acabar la Primera Parte, en el que se percibe la satisfacción del autor, consciente también del sentido transcendental y único de su obra….

  1. Aún se publican al tiempo que El Quijote dos interesantes novelas picarescas cortas, La Pícara Justina y El Guitón Honofre, pero tras Cervantes, que abunda en el tema picaresco con dos de sus Novelas Ejemplares, Rinconete y Cortadillo y el Coloquio de los Perros, aportando interesantes puntos de vista, no tendrá ya mayor interés como teoría del conocimiento y se mantendrá solo como un estilo, prácticamente una pose, caso ya claro, por ejemplo, de El Buscón de Quevedo o las novelas de delincuentes de Salas Barbadillo. Hay que decir, sin embargo, que, con una extraordinaria excepción en la última del género, ya bastante tardía, de 1646, el Estebanillo Gonzalez, hombre de buen humor, un pícaro que se desenvuelve entre los dos bandos de la Guerra de los 30 años despreciando tanto su violencia como sus motivos (figuraciones o ideologías) y está solo atento a sus negocios o burlas y a conservar su vida como puede.
  2. Alonso, Dámaso (1933): “El hidalgo Camilote y el hidalgo don Quijote”, Revista de Filología Española, nº 20, Madrid. Dámaso Alonso (1958): Del siglo de oro a este siglo de siglas. Madrid, Editorial Gredos (segunda edición en 1968). Incluye también “Sancho-Quijote; Sancho-Sancho” y “Una maraña de hilos”, un estudio relativo al drama cervantino Los baños de Argel.
  3. La misma aventura del cautivo la trabaja Cervantes en una obra de teatro: Los tratos de Argel, en cuya representación se muestra una y otra vez que el paño blanco al espectador desde las ventanas que quedan sobre el escenario.
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