El Discurso de las Armas y las Letras de El Quijote
MANUEL HERRANZ MARTIN
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID
manuelherranz@banderablanca.com
Espero de esta honrada Universidad de Alcalá de Henares, en cuyas riberas rio el maestro de la Humanidad por vez primera, que me inspire para homenajearle como merece, contribuyendo a su entendimiento en la fidelidad a su propósito, tal cual debe ser la disposición de quien lea El Quijote.
Introducción
Al que animo a ver que la introducción al Discurso de las Armas y las Letras es la ansiosa inquisición a Zoraida si es bautizada o no, pues con ello se distingue no si irá al cielo sino el arma a la que servirán sus hijos si los tiene.
Y así como la cuestión del bautismo de Zoraida es la introducción al discurso, su continuación y epílogo es la historia del cautivo. La historia del cautivo en Argel tiene en Cervantes dos antecedentes; una primera en Los baños de Argel, compendio de lugares comunes que ha sido considerada obra para recaudar dinero para los cautivos a base de conmover o sugestionar al espectador y otra posterior, Los tratos de Argel,[1] obra mucho más compleja y sutil que, representada, mostrará repetidamente el paño blanco al espectador desde las ventanas sobre el escenario, aunque no se mencione con el nombre bandera blanca que propiamente es un término militar, un término de las Armas.
En la historia del cautivo, tras presentarnos diversos y muy significativos casos reales y realistas de renegados ‘malos’ y ‘buenos’, nos presenta Cervantes la “bandera blanca de paz” en el momento crucial del encuentro y vínculo entre ambos miembros, luego amantes, de los irreconciliables e incomunicables bandos.
La bandera blanca, ya que no pueden serlo las Letras, es la alternativa a las Armas, la posibilidad de hacerlas frente, adelantarse a estas, detener la violencia; pues levantada la bandera blanca toda violencia es ilegítima, tal cual nuestra naturaleza, inteligencia y lógica nos señala, y un día será la vía para el desarme; “que es lo mesmo decir desarme que ‘unidad humana’”. En efecto, la inclusividad, la toma de decisiones incluyente, que es la paz, no solo consolida como ilegítima toda violencia sino el propósito de daño, como lo prueba el hecho de que debe ser ocultado, y así, finalmente también, las figuraciones con las que las Letras sirven ocultando al arma desaparecerán como el humo cuando cesa el fuego.
Así, solo el modo de pensar realista capta que el sentido irreductible del arma es sumisión o muerte y que la bandera blanca solo niega la violencia, mientras que en el marco del idealismo o de la confesión, como resultado o consecuencia que son del arma y de la que dependen, no hay más opción que el ataque y la agresión, y alzamiento de la bandera blanca se identifica en consecuencia e ineludiblemente como rendición o sumisión.
Por eso, la visión de la bandera blanca como rendición o sumisión quiere ser contradicha con la aparición de la bandera blanca en la Segunda Parte, en el capítulo tan famoso de los Leones, el XVII, titulado “Donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente acabada aventura de los leones”
Esta aventura, de la misma manera que no ha sido entendida, queda paradójicamente cómo uno de los grandes fundamentos de sentido del libro y un buen número de autores, que realmente siguen la corriente abierta por su maestro Menéndez Pidal, le toman la palabra al aquí más enfermo que nunca diciendo
<<—¿Qué te parece desto, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.>>[2]
Palabras vacías, repelentes e ignorantes de que ha tenido a su encantador autor más de su parte que nunca,[3] pues la escenificación, esto es, el acopio por la fuerza impensada del azar de los componentes y factores necesarios para que se produzca el hecho deseado, en este caso la aventura de los requesones, no es una simple broma o anécdota aislada; con ellos se ducha a don Quijote de suero, de modo que se nos hace verosímil que no se lo meriende el león.
Pero igualmente sirve al autor para que aparezca el paño blanco, el objeto necesario para dar fin a la aventura que ya se nos anunciaba en el capítulo previo como “la del carro de las banderas”. Es la simple vista en la lejanía del “carro de las banderas” la que hace requerir apresuradamente a don Quijote las armas, tanto que se encasqueta el yelmo con los requesones, seguro de que con las “banderas de colores” se acerca la ocasión de la hazaña. Y ya en el capítulo XVII (releer el título), según se va acercando, se menciona otra vez el “carro de las banderas” en total cuatro veces, cuatro. Primero en diálogo con el de Verde y luego en un nuevo diálogo con el carretero, todo para que, una vez que el león desprecie a don Quijote y éste pida al leonero que cierre la jaula:
<<Hízolo así el leonero, y don Quijote, poniendo en la punta de la lanza el lienzo con que se había limpiado el rostro de la lluvia de los requesones, comenzó a llamar a los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza a cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero alcanzando Sancho a ver la señal del blanco paño, dijo:
—Que me maten si mi señor no ha vencido a las fieras bestias, pues nos llama.>>
Decíamos arriba que solo para el pensamiento realista la bandera blanca no equivale a rendición y ahora vamos a mostrar que, precisamente, representa la victoria, tal como la de don Quijote. Si detenemos la violencia o esfuerzo de daño unilateralmente, sin el acuerdo con la otra, u otras partes, este cesar en el mal unilateralmente resulta en lo mismo que en la derrota, en la pérdida de la capacidad competitiva y, en consecuencia, en la sumisión, en la desposesión de la libertad o autonomía y en la privación de la facultad misma de proponer, de hablar. Mientras que precisamente la bandera blanca pide el cese de las armas para proponer, bien puede ser ciertamente la rendición, pero no necesariamente, y es sin duda alguna para proponer, por tanto no requiere y ni siquiera admite acción unilateral previa alguna, fuera de, lógicamente, la propuesta o convocatoria de cese del daño o ejercicio del mal por parte de las partes –que es lo que se representa con el levantamiento de la bandera blanca. Y el desmantelamiento o eliminación del mal, el desarme, solo puede realizarse conjuntamente, universalmente, tal como ya percibe Cervantes que en la Tierra no se ponía el Sol, pues la rendición o un desarme unilateral no es desarme, y lo sabemos; es igualmente servicio al arma, solo que a otra -a otra bandera.
Análisis y comentario del Discurso
<<Ahora no hay que dudar sino que esta arte y ejercicio (las Armas) excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto.>>
En efecto, la ocupación y esfuerzo supremo del ser humano en todo tiempo y lugar es servir y desarrollar el arma. Aquí tenemos que volver a advertir y subrayar que el propósito de daño, que es ya daño, necesariamente se oculta[4], dañar y advertir son contradictorios, por eso la apariencia que se nos ofrece es que cuando las guerras comienzan las armas estaban ahí como casualmente, pero realmente lo que llamamos periodo de paz es un alto el fuego o tregua en el que sigue el esfuerzo máximo por rearmarse e impedir que lo haga el otro, tanto como para que las guerras sean propiamente preventivas, tienen principalmente el propósito de impedir que el otro se arme (más todavía).
El ejemplo histórico más conocido, seguramente por la puntualidad y objetividad de su autor, es la guerra del Peloponeso donde Tucídides nos dice que no hubo conflicto concreto alguno entre atenienses o espartanos, simplemente los atenienses con su mejor flota al retirarse los persas tras las guerras Médicas se hicieron con nuevos tributarios en Asia Menor y adquirieron un poder que causó la preocupación de los espartanos, los líderes históricos de los griegos y por eso estos iniciaron la guerra, para mantener su supremacía, su capacidad de poder seguir destruyendo a los atenienses y esto es, destruyendo o limitando sus murallas y controlando su armamento, tropas y recursos. Y a los ojos tenemos la tensión entre EE. UU. y China, en ningún caso porque China haya hecho nada contra EE. UU, bien al contrario, le ha servido mucho en estas últimas décadas generándole un gran beneficio y, más aún, siendo parte principal en la derrota de la Unión Soviética. Más aún, China reconoce gustosamente y ofrece a EE. UU. el papel de árbitro y gendarme mundial de la globalización, pero ese crecimiento económico chino, que lleva ineludiblemente consigo también su rearme es el motivo de preocupación para los EEUU como lo fue el de Atenas para Esparta. Y así podemos entender también la guerra de Ucrania en curso. Ucrania y Rusia no tienen un contencioso específico sino el propio de la relación de dos armas; Ucrania, localizada al sur y casi incrustada en Rusia y con muy estrechos vínculos históricos con ella, tiene el propósito de integrarse en la OTAN, la organización militar de EE.UU, y en efecto esa fue la protesta pública de Rusia en sus intentos de solución diplomática antes de la guerra, y una vez que no se atendieron sus temores por su seguridad ha actuado preventivamente antes de que su situación estratégica empeorase drásticamente, y desgraciadamente así le sucede a EEUU con China cada día que pasa, aunque la pandemia y la guerra de Ucrania son elementos que han ralentizado ese proceso, pero objetivamente la situación es temible y bien conocida según la operativa del arma consigo misma (que no propiamente de los humanos), aunque nos es difícil de comprender desde nuestro punto de vista humano y también ideológico.
Debido a ese carácter específico del arma que a diferencia del resto de las cosas es para dañar y, por tanto, permanece en secreto, tenemos que pensar y averiguar más desempolvando y poniendo en uso la inteligencia una vez que no es un conocimiento trasferido por los medios de difusión. Y lo mismo que hoy nos parece que las armas estaban causalmente ahí cuando comienzan las guerras, hoy sabemos del pasado que los vehículos, los barcos, los aviones, el teléfono, la fisión nuclear, internet y todos los inventos que se nos ocurran han buscado y tenido siempre y primero un propósito y uso militar, que busca como hacer el máximo daño posible al otro, y que con el tiempo son tecnologías que han pasado al uso civil. Igualmente vemos la disposición de las ciudades, con el castillo arriba y las casuchas abajo, o el sentido estratégico de las rutas y los enclaves, aunque tampoco lo percibamos superficialmente, y finalmente si queda a nuestros ojos que el arma es la mayor disposición y concentración masiva permanente de recursos humanos y materiales en estado permanente de alerta y entrenamiento aun sin expectativa evidente o casi posible de confrontación próxima en el horizonte.
Y tanto más se ha de tomar en estima cuanto a más peligros está sujeto porque el propósito de matar de las armas o de la guerra, “que es lo mesmo” resulta en que prácticamente sea inevitable ser dañado igualmente por aquel al que se pretende matar, de modo que es la acción más peligrosa que existe, la que más riesgo conlleva, lo que nos dice también que, si pese a ello, se ejercita, y con tanto ahínco, es solo porque es la de mayor importancia.
<< Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo y que las armas solo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo.>>
Lo primero que se nos viene a la cabeza aquí es que aquellos que piensan que las Letras hacen ventaja a las Armas son los idealistas, los que piensan que la idea determina la realidad o la materia, pero ya nos dice repetidamente Cervantes que “el Cielo (las ideas, las figuraciones) padece fuerza”. Por lo que no es este el punto en el que se centra ahora don Quijote; las armas no son solo un objeto, un artilugio, un utensilio cuyo uso es matar, como la espada, la lanza, la bomba, o para evitar que el otro lo haga, como el escudo, los sistemas antimisiles, las fortificaciones, etc., el propósito de daño y defensa es la más alta operación especulativa de la inteligencia humana y por ello necesita del estudio, del cálculo, de la comparación, de las hipótesis, etc., no solo porque ese es el principal uso y esfuerzo de la ciencia, el dotarse de la mayor capacidad de destrucción posible, de lo que depende someter o ser sometido o quedar a merced y a expensas de su voluntad, así pues, el arma, más allá de la acumulación de los recursos de destrucción, es la habilidad para aplicarlos, y eso implica que la clave de la victoria o la derrota es el conocimiento y la comprensión de las capacidades tanto de nuestros recursos como los del enemigo, tal como se expone en El Arte de la Guerra de Sunzi[5], de lo que se sigue, según este autor chino no que siempre vayamos a ganar sino que ese conocimiento nos permite saber lo que debemos hacer, y así entrar en combate si lo vamos a ganar y evitarlo si las opciones de victoria son las del oponente, de lo que se sigue también que debemos mantenernos en movimiento, cálculo y búsqueda de opciones hasta encontrar la oportunidad hasta aseguramos siempre solo la victoria.
<< Siendo, pues, ansí que las armas requieren espíritu como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más, y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras (y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar: hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo) entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin por cierto generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida.>>
Sigue Cervantes ahora a Aristóteles en considerar la jerarquía de las cosas según su fin, y así atribuye a las Letras la justicia distributiva[6] del estado, el reparto (desigual, jerárquico) de los bienes, pero estos bienes son los que quedan primero bajo control inequívoco y exclusivo de un arma, unidad armada o estado, es decir bajo condición de sumisión en la que no hay guerra o contencioso, pues es el arma la que somete, disuade o da seguridad tal como para permitir que haya bienes, aunque privados.
<< Y, así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: «Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: «Paz sea en esta casa»; y otras muchas veces les dijo: «Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros», bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra.>>
Hace aquí Cervantes una referencia a la religión cristiana a la que, sin duda, tiene que confesar y someterse y por ello pedía Amado Alonso “no confundir lo necesario con lo esencial”. Sin embargo, Cervantes no requiere de esa ayuda, su expresión es suficientemente clara, pues es ya bastante llamativo y curioso que alguien lleve la paz a la casa de otro, lo que nos remite al carácter imperial y expansivo. Y más cuando nos encontramos ya con la expresión “paz en la tierra y en el cielo” en los que sin ella no puede haber bien alguno, pues en Cervantes “el Cielo (el mundo de las figuraciones o ideas) padece fuerza”.
Respecto a la visión contra-reformista del Quijote, muy popular durante el franquismo, y en general a la interpretación del Quijote recomiendo mucho al amable lector la lectura de mi trabajo El realismo ejemplar del Quijote[7], que también se puede encontrar en Academia.edu.
¿Por qué hay guerra? ¿Cómo puede explicarse que los humanos usen la destrucción mutua como forma de resolver sus desacuerdos en lugar de atenerse a algo que no sea lo más perjudicial para ambos bandos y para todos? ¿Es acaso la causa de la guerra la maldad humana como habitualmente se dice, aparte de su inevitable irracionalidad? No, la guerra es perfectamente razonable y comprensible; nos lo dice Cervantes de manera nunca oída y magistral: “es lo mesmo decir armas que guerra” porque el sentido del arma para el que es apuntado o amenazado por esta es sumisión -pérdida de autonomía, de libertad- o muerte, algo incluso difícil de pensar pues esa sumisión ni siquiera puede ser una elección (libre). Así se explica que la forma del arma entre los humanos se constituye en la forma básica o genérica de la organización humana, la unidad armada o estado, y el trabajo del ser humano.
Que el fin de la guerra es la paz, es igualmente un concepto prestado de Aristóteles, pues es el modo como se expone el imperio, sobre el que se basa la paz y el que aporta la justicia distributiva; hace la guerra para restaurar el orden que ha sido violado por la víctima de su ataque, donde el acto ilegal principal es poner en riesgo su supremacía al armarse o protegerse demasiado, lo que supone, en efecto, la ruptura del orden internacional, ya se exprese este en los términos que las Letras quieran, bien contra la caridad cristiana o bien contra la democracia y los derechos humanos, etc. Este concepto imperial se sigue del concepto de justicia aristotélico según la expone en su Ética a Nicomaco; el fin de la justicia es restaurar el orden previamente dañado por alguien.
<<Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.
—Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, …. Pero contrapuestos y comparados sus trabajos con los del mílite guerrero, se quedan muy atrás en todo, como ahora diré…….
—Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque………………. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquellos se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a estos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo.>>
Leído por el lector, hay poco que añadir. Es este un discurso sobre las Armas particularmente valioso por tanto inhabitual, pues la descripción de la guerra generalmente está llena de atractivo, glamur y fantasía, mientras que, por fin, alguien pone sobre el papel de manera realista la penuria de la guerra que no sirve ya precisamente para alentar el alistamiento. En El Quijote hay dos Discursos de las Armas y las Letras, este y el de la Segunda Parte, donde nuestros héroes encuentran a un joven mancebo que va a la guerra y don Quijote le habla de cómo a los soldados se les abandona como a los esclavos a los que se les da libertad cuando no pueden ser ya más explotados por viejos para que se mueran por su cuenta, y ambos discursos pudieran bien ser incluidos en el apartado de crítica al Idealismo de la obra cervantina. No es extraño que Cervantes se haya creado tantos enemigos, españoles sobre todo, pues ilustra morosamente contra la literatura habitual que, a diferencia la locura como motor de la vocación por las armas de don Quijote, es en general la necesidad lo que mueve al soldado a enrolarse –según se expresa literalmente en la historia del mancebito de la Segunda Parte, quien lo dice cantando. Y así le sucede también al estudiante (las Letras), que se ve forzado a defender intereses ajenos, seguramente opuestos a los propios, pues ambos oficios son forzados a militar debido a la necesidad que les genera la privación organizada por la “justicia distributiva”, consecuencia de la existencia del arma, que no solo es causa necesaria de la propiedad privada, a la que aporta la violencia para poder ser mantenida, sino la causa suficiente de que nada pueda ser común puesto que el arma no puede serlo y todo lo demás ha de servir a una arma o a otra exclusivamente, esa es la base de la privacidad y no un anhelo, tendencia o deseo humano como se asume ingenua, y me atrevo a decir, absurdamente.
<< Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas.>>
El hecho de que sean las armas lo mismo que la guerra se agudiza en tanto en cuanto que la doctrina que expone Cervantes en la continuación de su Discurso es básicamente la del si vis pacis parabellum -si quieres la paz, prepara la guerra- esto es, ármate y, por supuesto, si quieres la guerra, ármate también –y en ambos casos, por supuesto, tanto como puedas, planea, maquina, piensa, calcula, investiga…. como infligir el máximo daño posible, pues eso es el objeto del arma y esa es su mejora.
Ahora Cervantes expone que de este modo la violencia legítima (la nuestra, por supuesto) se puede defender de la ilegítima –los bandidos, los corsarios, etc.- pero, de la misma manera, si los corsarios son apoyados por el Gran Turco y toman plazas para él en el Norte de África o los corsarios ingleses son apoyados por la corona inglesa, o actualmente los “terroristas” del Estado Islámico, de Al Qaeda, etc. son ellos también bien buena violencia legítima para sí mismos…. A fin de cuentas, somos unos y otros organizaciones armadas, donde solo las propias se ponen el nombre de legítimas, o cuanto menos buenas, y las otras malas.
No es extraño que las guerras sean tan crueles y generen tan brutal encono como vemos cada día, pues solo en la guerra ambas partes son libres y la paz es realmente, tal como ambas saben y prevén, una nueva y necesaria opresión de una sobre otra, y esta última pasará a ser ilegítima y ceder la armas, ya que las armas seguirán ineludiblemente actuando cuando la guerra termine solo que ya en las manos solo de una parte, privando -con la “justicia distributiva”, que dice Cervantes. El orden de la paz, o justicia distributiva, así como también de la ideología y la interpretación de la historia, es el resultado de la última guerra, en la que un bando quedo finalmente desarmado.
De modo que el fin de la guerra es la paz, pero es así como nos resulta su sentido de sumisión. Así dice Clausewitz que la guerra, independientemente del asunto político o contencioso al que refiera, tiene siempre un mismo y único objetivo: desarmar al enemigo, pues de ese modo queda a merced y se someterá a nuestro criterio sobre cualquier cosa que pudiera estar en cuestión o, más, cumplirá cualquier cosa que desees como, por ejemplo, retirada, indemnizaciones, compensaciones, etc. etc.
Incluso la disputa por el dominio de un territorio es innecesaria, pues la existencia de las armas es siempre causa de contradicción, tanto ante el exterior –forzamos a armarse a los otros, como en el interior – nuestra necesaria asociación como arma incorporada implica la desigualdad (la lucha por la vida), la jerarquía, la privación de libertad, el sometimiento y la opresión o violencia.
Me viene a la memoria en este punto la repetida comparación cervantina entre agravio y afrenta –donde la afrenta solo puede causarla el que está armado, con lo que la ofensa resulta en guerra (y así ese es el estado de la humanidad), mientras que esa consecuencia no se sigue del agravio -por cuanto el que igualmente ofende no está armado, y por tanto el agravio puede solucionarse mediante compensación, consenso, arbitrio, etc. y así se disuelve.
La cuestión está aquí en que el enemigo opera exactamente igual que nosotros, y no por mejores razones. Este es un recurso principal del Discurso; al plantearse como una disputa entre las Armas y las Letras, algo común a todos los estados, le permite ser realista y, en lugar de referirse a las armas cantando a nuestros héroes o reivindicando nuestros logros y nuestras demandas armadas, generaliza el efecto del arma sobre la condición humana, de modo que su entendimiento o exposición tanto vale para un español o cristiano como para un turco, protestante o chino. Cualquiera de ellos, independientemente de su confesión, se ve en esa condición en la que:
<< apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes >>
Finalmente
<< Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería……, de los pasado siglos.>>
Solo un pensamiento realista, que no se engaña con figuraciones y que despliega su potencia virtual, nos hace ver que un arma son todas las armas y los que hablan de eliminar solo las nucleares son unos insensatos y no saben propiamente de qué hablan. Pero, del mismo modo, podemos entender que declarar toda violencia ilegítima y, por tanto, en ese punto detener el emprendimiento para el daño, la investigación y desarrollo de las armas es también lo mismo que eliminar ya el Arma, pues eso significa que ya hemos logrado el acuerdo y diseñado una alternativa definitiva.
Concluye Cervantes el Discurso trayéndonos pertinentemente a los ojos la imagen del desarrollo máximo e inexorable del Arma, que nos recuerda que las armas son la máxima producción humana en todo tiempo y lugar, al tiempo que las despoja de la idealización de los que las practican con su recurrencia al heroísmo, pues la artillería, como los bombardeos, quizás atómicos, aniquila esa posibilidad en el uso de armas cada vez más sofisticadas, que matan desde la lejanía. Cervantes nos ha descrito una realidad que no es ni cambiante ni dialéctica sino una locura en la que el hombre anda inmerso que deja muy atrás las niñerías de don Quijote.
Los que aún hoy día se representan a don Quijote como un héroe, convendría requerirles que lo actualicen a nuestro tiempo para que nos devuelva su forma correcta y así percibirlo según Cervantes lo proyecta, y eso sería verlo por la calle armado con un fusil ametrallador y su ristra de granadas en banderola con otros pertrechos ofensivos y defensivos, suficientes para que la gente cambiara de acera.
Una vez que vemos que las personas todas, independiente de a que arma estén sometidas sufren el mismo castigo de la guerra y servicio al arma, militando en el ámbito de las Letras y las Armas, el modo de acabar con el arma, acabar con la justicia distributiva y permitir la justicia natural, es la unidad humana, pues la toma de decisiones incluyentes evita y previene el propósito de daño, por eso convocamos la unidad humana, pero no mediante las Letras, sino levantando la bandera blanca.
Epílogo
Negar las Letras y dar solo opción a la bandera blanca como el medio de paz frente a las armas no significa exactamente el silencio, por eso quiero añadir aquí un texto recientemente compuesto que no figura en el artículo publicado en el libro colectivo, pero que lo explica e ilustra:
(La existencia de) el arma solo admite la jerarquía y la paz es la sumisión, niega la humanidad y la libertad, no ya en el estado sino en el sistema mundial. Por eso, España como casi todos los países carece de soberanía, está al servicio de sus superiores jerárquicos, los estados más armados, y actúa a su servicio en ocasiones en contra de sus intereses manipulada mediante diversos mecanismos (económicos, militares, difusión de la información, etc.).
Pero, sobre todo, por el arma vamos a la guerra terrible, terminal, entre la OTAN, al servicio de EEUU, en la cúspide de la jerarquía, frente Rusia y China, que se la disputan.
¿Qué tenemos unos humanos con otros, nosotros con los rusos o con los chinos? A eso nos lleva el arma, «lo que es para dañar», como dice Mòzǐ, pues opera por su propia lógica y nos somete a ella, pero nuestra salvación es la unidad humana, la toma de decisiones incluyente.
Sin embargo, cuando junto a la unidad humana o toma de decisiones incluyente se le añade las Letras, o una característica, tal que: un sistema parlamentario mundial, un sistema democrático, una confederación, una religión, se advierte que esas personas no entienden el arma y su objetivo de unidad no es su eliminación. Con su ideología sostienen el arma incorporada, la jerarquía, y no entienden la humanidad y la dinámica o dialéctica de los que «lo que es para el daño» entre los humanos, que no puede pasar desapercibido (para el que sufre su amenaza y afrenta) y eso es causa de nuestra división y enfrentamiento. Imponen una condición a los otros con los que buscan unirse. ¿Por qué para la paz, la cooperación para el bien común y la renuncia al propósito de daño, los chinos tendrían que aceptar la democracia, o los musulmanes el cristianismo?
Por eso, cuando los estudiosos o escolares orgánicos, todos aquellos que están al servicio del estado, que casi son el 100 por 100, ocultan el cosmopolitismo antiguo para no contradecir al estado suelen llamar a los sabios cosmopolitas «utilitaristas» o «consecuencialistas» (caso de Mozi, Cicero, Panecio, etc), pues estos se interesan por el bien común y de los objetivos para ello y no de ideologías, derechos o sistemas de poder que son la expresión/ocultación del arma. Esos escolares ni siquiera comprenden que ese «utilitarismo» es consecuencia de su cosmopolitismo.
Así como dice Mozi que la parcialidad es la causa del mal y la universalidad es la fuente del bien, fueron los cosmopolitas los que desarrollaron el concepto de dignidad humana, de igualdad entre los seres humanos sin discriminación, pues todos somos casa del logos, su rechazo a la esclavitud, igualdad de género…..Sin embargo, nadie sabe esto, y la gran mayoría se lo atribuye al cristianismo, a la religión, pero esta solo lo ‘representa’, su origen es el cosmopolitismo y, al contrario, la religión, por tanto revelada, y no natural como el logos, hace dependiente al pueblo de la iglesia, que opera junto al estado.
En efecto, buscar la convivencia, la unidad sin más, sin condiciones, es la fuente del amor, el amor universal que nos hace saber que tenemos que cuidarnos mutuamente, pues nos necesitamos todos (para el desarme), por eso, para Mòzǐ el amor es consecuencia de (esa disposición a) la universalidad -y no de la voluntad que nada puede hacer frente a un mundo parcial. Y hoy esa universalidad no una ilusión, es una realidad y una guía de encuentro, una fuerza verdadera, un conocimiento superior que se comparte, que da alegría, reparte amor, es la gloria de la Tierra.
[1] La tercera obra de Cervantes en un país musulmán es La gran Sultana, la historia de doña Catalina de Oviedo, la cual, a diferencia de Zoraida, se mantiene cristiana en Constantinopla.
[2] CERVANTES, MIGUEL DE. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Madrid, 1604
[3] En la conversación que sigue al episodio de los leones con el del Verde Gabán, don Quijote atribuye, inopinadamente, como habitual de los actos de valentía su carácter de adulación a los poderosos. Valentía sí, acaba, pero por la causa humana.
[4] Esa es la clave de un sentido real posible de la Paz Perpetua de Kant
[5] SUNZI, El Arte de la Guerra, Madrid, Pliegos de Oriente, (Trotta), 2017
[6] Aristóteles, como Confucio, distingue dos tipos de justicia, la justicia generada por el estado o distribución desigual de derechos y propiedades y la justicia natural o equidad, que, por tanto, no requiere de las Letras como la del estado, está basada en nuestra capacidad de ponernos en lugar del otro y en tratarlo como quisiéramos ser tratados.
[7] HERRANZ MARTIN, MANUEL, El realismo ejemplar del Quijote, EAE, 2019