Queridos amigos,
Sirva este texto, mi contribución a las XV Jornadas Internacionales de Hispanismo Filosófico “Utopías y distopías en el pensamiento iberoamericano” para justificar que abandonamos el modelo de Congreso Mundial en el formato anterior para centrarnos en un único punto en nuestra convocatoria, el desarme.
LA EDAD DE ORO EN EL QUIJOTE
—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano…… Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere….. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentad en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad.
Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. (Quijote, Cap XI)
Es habitual asumir que la Edad de Oro, tanto la que ya bautizó así Hesíodo como la que nos representa ahora de nuevo Cervantes por boca de don Quijote refieren básicamente a la comunidad de bienes, manifiesta en la expresión “no había tuyo y mío. Eran en aquella edad todas las cosas comunes”…., tal cual es el caso de la interpretación de Sánchez Vázquez, entre otros. Quiero yo sin embargo poner esta asunción en su contexto en lugar de ceñirme a ella sin más como es habitual.
Primero tengo que reconocer que, en efecto, está a la vista de todos que la contradicción humana se manifiesta en que todo lo que hacemos está motivado por el afán de apropiarnos, ganar o apoderarnos de todo cuanto podemos y lo que nos disuade de hacer o también impulsa a hacer es el temor de perder o ser desposeídos de algo que poseemos. Y como cuanto más posea uno, más priva a los otros y viceversa el conflicto está servido y así damos por hecho que la naturaleza humana tiende al conflicto y también que este conflicto debe ser regulado externamente por el estado y sus leyes o regulaciones.
En efecto, la ideología contemporánea es la ‘economía’, a la que se adhiere tanto la filosofía europea continental como la anglosajona e incluso la china. Lo podemos ver implícito o explícito en todos los pensadores contemporáneos, desde Locke a Kant, desde Marx a Arendt.
Hasta el habitualmente agudo Rousseau, expresa o expone la situación de este modo: figura a una persona o a una familia que planta unos manzanos y no quiere que los pájaros u otras personas se coman sus manzanas y por ello pone una valla y vigila que nadie acceda a su propiedad. Y así se juntan los propietarios y fundan el estado que aporta un servicio de protección conjunta a sus ciudadanos. Protección a su producción o trabajo en el caso del socialismo y a su propiedad en el caso del liberalismo.
Aunque aquí no se trata de figuraciones, historias o cuentos, el anterior utilizado por Rousseau se desvanece fácilmente ante otro mejor, más originario y sencillo del ser humano depredador o cazador y organizado en bandas o grupos armados que controlan territorios, reclutan personas y ponen a su disposición todos los recursos disponibles, tanto los humanos como los materiales como las manzanas y los huertos.
Lo apropiado es aplicar el sentido común, la prueba práctica del aquí y ahora, que evita el engaño fácil de la figuración, un criterio lógico que se expone de la siguiente manera: el arma es la razón necesaria de la privación, de la propiedad privada, del tuyo y el mío, pues la propiedad privada no puede darse sin violencia y, no menos importante, el arma, al diferenciarse del resto de los objetos que son para servir en que ella es para dañar, es necesaria o esencialmente privada y todo lo demás es necesariamente privado por tanto se subordina o la sirve a ella, de modo que es también condición suficiente de la propiedad privada.
En efecto, esa motivación humana única de apropiarnos de todo cuanto podemos, o también de monopolizar, y de no perder y de que no nos expropien es el condicionamiento del estado, el auténtico propietario de lo que pensamos que poseemos, o un estado u otro, y nos aumenta propiedad o priva de ella según el servicio que le aportamos, lo mismo en los regímenes actuales que en cualquier otro del pasado. Hasta el más rico es y se siente siempre vulnerable, pues el estado siempre se asegura del máximo rendimiento posible de sus recursos a su servicio.
El estado es el arma incorporada o unidad armada cuya forma es piramidal como corresponde a una cadena de mando, que necesita una sola cabeza en su cúspide. Y ese es el significado de la Edad de Hierro en el Quijote, el de las armas, tal como se ve más adelante en el discurso de las Armas y las Letras, en los capítulos XXXVII y XXXVIII, donde Cervantes señala que “es lo mesmo las armas que la guerra”, y no que “es lo mismo la propiedad privada que la guerra” y por consiguiente “el desarme es lo mesmo que la paz”, que es también no solo la unidad humana sino la comunidad humana, en la que no existe el tuyo y mío, pues unidos las armas resultan redundantes y nuestro medio de relación resulta el sentido común. Así como también la de la libertad de la mujer, pues esa es tanto la condición como la consecuencia lógica y necesaria del desarme acordado y conjunto.
En efecto, ese es el sentido último de toda la larga historia del Yelmo de Mambrino que no podemos exponer aquí detalladamente. Don Quijote se lo arrebata al barbero y luego cuando este le reencuentra en la venta le acusa de robo, don Quijote replica que se hizo con el Yelmo “con legítima y lícita posesión”, por tanto asume que es un arma, que es la que da ‘derecho’ a la guerra, o derecho a expropiar o destruir el arma no incorporada (calificada de ilegal en el ámbito doméstico o enemiga si en el exterior –salvo por alianza frente a un tercero). Y así Sancho se apropia de la albarda, pues el resto de las cosas del mundo es botín de guerra o violencia que las pone al servicio del arma vencedora (botín que incluye la historia, versión o mentira sobre esta).
El arma tiene por objeto el daño a diferencia del resto de las cosas que tienen por objeto el beneficio o servicio y, por tanto, el arma no tiene otra razón de ser que su misma existencia, es por sí misma –aunque también podemos decir que las armas son unas por/contra otras. ¿Qué sentido, si no, podrían tener las armas nucleares, los submarinos, los portaaviones, etc.?
Solo si nos centramos en la identidad o igualdad del arma consigo misma podemos dejar de engañarnos unos a otros, pues el propósito de daño, que es el propósito del arma, requiere ser ocultado. Cualquier violencia es toda violencia, de la misma manera que un arma son todas las armas, pues es imposible que nadie acepte voluntariamente la violencia, esto es; ser desposeído de su propia voluntad. Y lo mismo sucede con la mentira, si privamos a los otros de información les impedimos que puedan tomar la decisión correcta, y así les privamos de su propia voluntad, algo que, de nuevo, no solo es odioso sino contradictorio o imposible de ser aceptado en manera alguna.
Y aún lo mejor en este momento que solo nos acaba de ofrecer la Historia con la globalización es que tenemos seguridad y garantía para el desarme, pues el desarme solo es posible si es universal, de otro modo no es desarme sino igualmente se mantiene la máxima explotación, solo que al servicio de otra arma.
Por eso, el único sentido posible de la paz es la unidad humana o lo que es lo mismo, el desarme global y universal. Si no es uniéndonos, esto es; el desarme y el desmantelamiento de las fronteras, no puede hablarse en absoluto de una pretensión de poner fin “a la miseria de la guerra”, como se propuso la Liga de la Naciones antes de la II Guerra Mundial o ahora se propone la ONU, pues cada unidad armada se proyectará en Marte o en Urano siempre frente a las otras unidades armadas, de la misma manera que los españoles cuando llegaron a América eran parte de una unidad armada y los aborígenes de otra y todas las cosas estaban al servicio de una o de otra y no había otra posibilidad entre ellos que la guerra y la dominación de los invasores o su expulsión. Las múltiples maneras a la hora de juzgar este hecho y otros semejantes nos manifiesta a las claras la confusión y simpleza del mundo.
La ‘ley’, si acaso hubiera que mantener ese nombre, está en nuestra naturaleza humana, que nos permite ponernos en lugar del otro, y entender cada objeto por su función y uso –como así entendemos que si a alguien se le retuerce la oreja, le duele, igualmente entendemos las armas y todos y cada uno sabemos que son el mal, pues además de matar puntualmente su efecto constante es privarnos de libertad y de recursos- y lo que se precisa es liberarnos de esa sumisión al arma en la que nos vemos. Y no es ya que esa capacidad de ponernos en lugar del otro nos haga de inmediato aptos para la convivencia, es el desarme y la misma convivencia la que por necesidad de la analogía entre una persona y otra para utilizar el sentido común nos rectifica, pule, adapta e integra.
Dejemos de luchar contra molinos de viento, ideologías, utilicemos los ojos reales, los de la cara, para ver que las armas son lo mismo (en un lado y en otro).