En mi publicación anterior, expliqué que la aparición del cosmopolitismo está vinculada a la muerte de Sócrates, condenado por la democracia ateniense por “no creer en los dioses de la polis y (por ende) corromper a la juventud”, según se relata en La Apología, el primer y más auténtico diálogo sobre Sócrates escrito por Platón. Platón solo pudo transcribir lo que era ampliamente conocido debido a la proximidad del evento. Sócrates, en respuesta a tales acusaciones, nos dice repetidamente que tenía “solo un entendimiento humano, no sobrenatural”, a diferencia de quienes hablan de los dioses o tratan de ellos. No dice: “Solo sé que no sé nada”, como desinforman los libros de texto y se enseña en las escuelas y universidades. Por el contrario, tal como también afirma en La Apología, “Simplemente no pienso que sé lo que no sé”.

Por cierto, en China hay un dicho popular que de modo habitual se atribuye a Confucio, que dice que saber consiste en distinguir lo que uno sabe de lo que no sabe.

Y ahora quiero precisamente tratar qué podrá ser ese pensamiento natural, real, humano al que se refiere Sócrates, un pensamiento del que la mayoría de las personas no tiene idea, nunca ha escuchado nada, y no cree o piensa que exista (de hecho cuando he generado la imagen de Mozi para el texto inglés y he pedido a la IA que me generase un texto sobre el sentido común me ha escrito: el sentido común es el menos común de los sentidos ¡Qué afán!). Y por eso, seguramente las escuelas y universidades enseñan que Sócrates solo sabía que no sabía nada.

Pues bien, el pensamiento natural esencialmente anticipa, teme o desea en base a lo que ya se conoce, a lo que uno ya ha experimentado, y esto se refiere al uso o utilidad de las cosas. Esto es el manejo repetido de algo como una extensión del cuerpo, y por lo tanto es lo mismo para cualquier ser humano y, entre las cosas, la más determinante es el arma, que se utiliza para quitar la vida. De manera similar, este pensamiento humano real o natural nos coloca en la posición (del cuerpo) del otro. Por ejemplo, si torcemos la oreja de alguien, asumimos que le duele (este es el famoso Logos—no tiene mayor misterio). De ahí que aparezcan las Leyes «Humanas» por igual en todas las culturas, ya sea la Regla de Plata: “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti,” o la Regla de Oro: “Trata a los demás como te gustaría que te traten.” (Por cierto, aunque se supone o da la impresión de que el pensamiento realista es pobre y el idealista alcanza los confines del universo, ocurre lo contrario: el pensamiento idealista es una especie de pensamiento inerte o muerto. Carece de imaginación, no es virtual, no se coloca en la posición del otro, y es incapaz de entender, por ejemplo, la potencia del arma, que precisamente oculta y niega)

Entonces, ¿eran estas figuraciones—ya sea de Zeus o Atenea—en las que Sócrates tenía que creer y confesar, o hoy en día Yahvé, Dios o Alá? Y no solo los dioses, sino también las narrativas, términos e ideas como la democracia, el socialismo, el cosmopolitanismo (sí, también el cosmopolitanismo; ya mostré en la publicación anterior que en la antiguedad significaba la unidad humana -precisamente para acabar con los estados o unidades armadas, y los europeos ilustrados redefinen cosmopolitismo como la «unidad» de unidades armadas, a las que ponen el nombre de naciones), el comunismo, el materialismo, los derechos humanos, la justicia y la bondad. Estas son representaciones cuyas características y determinaciones nos son transmitidas por nuestros ancestros, el entorno, las escuelas y universidades, y su definición, en última instancia, recae en manos del poder político, que decide la narrativa y definición de todos estos términos.

Los chinos, cuyo enorme desarrollo intelectual ocurrió mientras coexistían en diferentes estados (unidades armadas) pero, como los griegos, compartían lengua y cultura, históricamente no tuvieron la enorme abstracción de los griegos. Los griegos desarrollaron un sistema de escritura similar al habla al incluir vocales, lo que dio lugar a una rica mitología y producción artística. Entre los chinos, pocos sabían leer, y su forma de razonar—no menos inteligente, quizás más—se basa en la experiencia; es realista. Razonan mediante la analogía: se presenta un caso que puede ser histórico o actual, y se pide al oyente que juzgue si es similar a otro caso con alguna semejanza. El oyente decide lógicamente lo que quiere. Es por lo tanto un ejercicio de persuasión, una sugerencia, no de imposición. Por ejemplo, así comienza los Analecta, el Libro de Confucio:

Capítulo 1

1.1. El Maestro dijo: «¿No es un placer aprender con constante perseverancia y aplicación? ¿No es un deleite tener amigos que vengan de lugares distantes? ¿No es la marca de una persona de virtud completa no sentirse descontento incluso si otros no la reconocen?»

Confucio fomenta el aprendizaje señalando el placer que conlleva, similar a recibir a un amigo que viene de lejos y a quien tratamos con interés y respeto. Nos preocupamos por él después de su largo viaje, esperamos que nos cuente noticias y costumbres ajenas a nuestro entorno, y deseamos comparar nuestras circunstancias con las suyas, etc. De manera similar, cuando estudiamos, leemos y comprendemos a los autores de otros tiempos, ganamos confianza en nosotros mismos. Confirmamos nuestra capacidad e inteligencia, sin necesidad de que nadie más nos juzgue o nos declare valiosos, ya que estamos seguros de ello por nosotros mismos. Esto nos otorga serenidad, dignidad y satisfacción.

El razonamiento de Mozi es similar. Frecuentemente argumenta que el robo o el asesinato son castigados como injustos, pero saquear y masacrar a otros pueblos es glorificado. De esto, concluye que esto es como ver algo oscuro y decir que es negro, pero ver algo muy oscuro y decir que es blanco, o probar algo ligeramente amargo y llamarlo amargo, pero llamar a algo extremadamente amargo dulce. Así, aquellos que dicen tales cosas no saben lo que es negro, lo que es amargo ni lo que es justo.

A pesar de esta diferencia, la filosofía china ofrece algo que nos acerca a la reflexión actual sobre el papel de las figuraciones y representaciones. Se trata de la que es probablemente la teoría principal de Confucio, conocida como la Rectificación de los Nombres. Confucio afirma que el desorden, el caos y guerra de su tiempo resultaron del mal uso de los nombres o términos, que, con el colapso de la dinastía Zhou, habían caído en confusión. Restaurar el orden requería rectificarlos: crear una nomenclatura clara y compartida que Confucio y los Literati—su escuela—se encargarían de proponer y mantener. Esta nomenclatura iba acompañada de rituales, que eran representaciones “teatrales,” especialmente del emperador, los funcionarios y la corte. Estas incluían ciertas ceremonias, festivales, el uso de colores específicos, vestimentas, acciones y movimientos coordinados, etc.

Mozi, al igual que Sócrates, rechaza todo este aparato y propone adherirse al sentido común humano. Por ejemplo, en lugar de llorar la muerte del padre durante tres años—lo que implica no comer ni vestirse bien, no trabajar y muchas otras incomodidades y rituales—Mozi dice que todo lo que se necesita es enterrar el cuerpo del padre ni demasiado profundo, para evitar alcanzar agua subterránea, ni demasiado superficial, para evitar que los animales lo desentierren. Y así con el resto de las decisiones de la vida, eliminando lo innecesario.

Sin embargo, estas ideas, dioses, figuraciones e incluso narrativas, que no dependen del sentido común humano, son necesariamente transmitidas por autoridades—ya sean los Literati confucianos, líderes religiosos o figuras políticas e. Implican una serie de rituales, como sacramentos, rezar dándose con la cabeza en el suelo o con la «fiesta de la democracia». Estos ritos, ceremonias o encantamientos son cosas que cada uno debe confesar y creer, asumiendo que sabe lo que no sabe. Pero más allá de eso es la manera en que aceptamos nuestra sumisión, nuestra renuncia a la libertad y así, también, nuestro apoyo a la violencia —o como podrían decirse (renunciar a la Humanidad) beneficiar a una sociedad específica.

Cervantes, nuestro Sócrates moderno, envía a Don Quijote al mundo para hacer que otros confiesen, porque, como dice en numerosas ocasiones, “El cielo (esas ‘ideas’ y ‘términos’) padece fuerza.” Las personas aceptan su locura y le siguen sin dificultad la corriente, tanto en el habla como en sus representaciones o ritos, sin demasiada dificultad si le temen por sus armas. Un efecto de la victoria es el control de la narrativa y la decisión y declaración de lo que es y lo que no es. Como resultado, el vencedor inevitablemente es considerado bueno, y el perdedor, malo. Con esto aclarado, se hace más fácil entender la afirmación de Cervantes de que, no hay que luchar contra molinos de viento, en última instancia, “es lo mesmo decir armas que guerra”. Pero en Cervantes siempre encontramos individuos a los que califica de “discretos,” lo opuesto a simples, que son precisamente aquellos capaces de discernir la falsedad—o el significado—de estas figuraciones, sus usos, y que saben navegar en la sociedad sin creer en ellas, atentos solo a la simple e ineludiblemente humana realidad -que está determinada por el arma.

El pensamiento realista ni siquiera requiere palabras, aunque las usa. Por ejemplo, si vemos una mesa con sus patas hacia arriba, intuitiva y directamente sabemos que está mal colocada porque la hacemos una extensión de nuestro cuerpo. Este entendimiento es virtual pero es precisamente lo real; solo después podríamos articular en palabras que el propósito de una mesa es sostener cosas sobre su superficie, y esa posición imposibilita y contradice tal uso. Esta capacidad de captar la esencia de las cosas directamente, sin la mediación de definiciones abstractas, está en el núcleo del pensamiento realista.

Cervantes no atina por casualidad, es plenamente consciente de qué habla y nos ilustra este realismo negando la supuesta maldad de la naturaleza humana (aspecto idealista en la picaresca, que es su referencia). Y así, en la novela del Curioso Impertinente, muestra que cuando el cuerpo es sometido a ciertas condiciones—de incitación sexual, adicciones a dulces o a tabaco, etc.,—el cuerpo mismo comienza a anticipar el placer, la sensación o adicción que esas acciones le proporcionan. Entender esto nos lleva a entender también como encarar o tratar esas posibles adicciones o vicios, lo que implica evitar ideales abstractos o marcos morales impuestos (caso LGTB); y tratar esos casos al modo idealista como «malas» o «buenas» o valorarlas o lamentarlas, etc., pues es contraproducente, ya que, en realidad, lo que estamos haciendo es provocar a nuestro propio cuerpo con su solo pensamiento/recuerdo que causa es esa anticipación.

Los seguidores de Sócrates, los cosmopolitas como Mozi (cuyos seguidores y libros fueron quemados, destruyendo así la posibilidad de la ciencia en China—Mozi ya la había desarrollado, pero los chinos pagaron el precio de su celo por la falsedad al perder la ciencia), se negaron a confesar estos términos. La reacción contra la farsa fue en algunos como los cínicos particularmente dura. Todos ellos apelaron a la ley natural y a la unidad humana para poder usar el sentido común y liberarse de confesar mentiras y representar ritos.

Y así, hoy, en un mundo plenamente revelado y donde no solo los funcionarios estatales pueden comunicarse sino donde todos los humanos estamos en contacto directo a través de las redes sociales, debemos liberarnos. Debemos perseguir la libertad, que es también unidad humana, y el camino para hacerlo es—sin ofender, con respeto y paciencia—desvelar estas figuraciones, pues esta es también la forma cómo negamos la legitimidad de toda violencia, o hacemos toda violencia ilegítima sin excepción, porque apoyar y respaldar la falsedad es apoyar la violencia, mientras que ser discreto y hacer discretos a los demás es apelar al entendimiento humano, al sentido común para resolver los contenciosos del pasado, que son consecuencia del arma —algo que ciertamente era imposible en el pasado, en un mundo ignoto, incomunicado y en lucha constante sin alternativa, donde cada uno tenía que defender lo suyo. Por lo tanto, insisto este contacto y actividad en redes de la que hablo debe volverse activa y hacernos unos a otros discretos.

Y este, precisamente, es el camino que se nos ha mostrado y abierto desde el principio de los tiempos: el entendimiento de la falsedad, del hecho de que la violencia debe ocultarse con vergüenza (ante el Logos). Este fue el conocimiento y la esperanza de los discretos, como se ve claramente en los casos de Mozi, Sócrates y Cervantes.

Es hora de buscar la libertad. Nuestro pensamiento debe liberarse, no estar sujeto a las imposiciones que determinan lo que debe confesarse y representarse -con lo que negamos nuestra libertad y apoyamos ciegamente la violencia. Bien vio Mozi que la consecuencia lógica de la libertad—que no es imposición sino persuasión e influencia mutua—es el Amor Universal, pues la libertad nos lleva a ver que lo justo y lo más beneficioso es tratar a los demás como quisiéramos ser tratados.

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