POR UNA NACIÓN HUMANA EN LUGAR DE LAS NACIONES UNIDAS
He terminado de leer Los Confines del Mundo. La historia del cosmopolitismo desde la Antigüedad hasta el s. XVIII de Luca Scuccimarra, y me parece una buena demostración de un caso de desinformación, propiamente de desorientación.
Como señala Scuccimarra, incluso antes de Sócrates hubo pensadores que se declararon cosmopolitas, ya que veían que eran los estados los que hacían la guerra y no las personas—así está bien documentado el caso de Heráclito, pero se dice de Pitágoras y otros. Sin embargo, no cabe duda de que el surgimiento del cosmopolitismo ocurrió después de la muerte de Sócrates, condenado por la democracia ateniense por “no creer en los dioses de la polis y (en consecuencia) corromper a la juventud,” tal como se registra en La Apología, el primer y más auténtico diálogo sobre Sócrates escrito por Platón, ya que solo pudo transcribir lo que era ampliamente conocido ante la cercanía del suceso. Sócrates, en respuesta a tales acusaciones, nos dice repetidamente que él tenía “únicamente un entendimiento humano, no sobrenatural,” como aquellos que hablan o tratan de los dioses. No es que “solo sabía que no sabía nada,” como los libros de texto desinforman y como se enseña en escuelas y universidades, sino como dice Sócrates también en La Apología, “simplemente no creo saber lo que no sé.”
Hay mucho escrito sobre Sócrates, no solo los diálogos de Platón. Sus detractores lo acusaron de haber influido en el desastre militar de los atenienses en la campaña siciliana, que fue clave para su eventual derrota en la Guerra del Peloponeso. Y debemos recurrir al segundo diálogo de Platón, Gorgias—que, en mi opinión, Platón hace confuso al afirmar que Sócrates predicaba que es mejor sufrir injusticia que cometerla, probablemente porque segun Platón no hay alternativa—para dejar de lado a los dioses y ver con más claridad lo que estaba en juego. Sócrates no solo identifica la guerra en las batallas, sino también en las fortificaciones, alianzas, bases militares, el desarrollo incesante de armas y flotas, el entrenamiento constante de soldados, y así sucesivamente. Sócrates no cree en esto; lo ve con sus ojos y lo sabe, tal como cualquier otra persona lo vemos hoy día. Sin embargo, “lo que es para el daño” no puede ser al tiempo hablado, expuesto y en su lugar, usamos figuraciones.
Así, Sócrates abrió los ojos de la antigüedad, y el cosmopolitismo se extendió por el mundo antiguo. Con la excepción de Platón y Aristóteles—cuyas Academia y Liceo fueron financiadas por el estado y trabajaron para él—todas las escuelas de pensamiento independientes se declararon seguidoras de Sócrates y propagaron el cosmopolitismo. Nos referimos a los cirenaicos—y más tarde sus sucesores, los epicúreos, los cínicos y, especialmente, los estoicos, quienes dominaron el mundo espiritual dentro de los vastos territorios de los imperios romano y helenístico durante cinco siglos. Todos ellos entendieron que solo viviendo juntos en la misma sociedad los humanos pueden referirse a la realidad en lugar de a ficciones. Porque, como hemos dicho, el propósito del daño—el arma, el estado o la entidad armada—no puede ser expuesto.
El cosmopolitismo es la unidad de la humanidad en una sola sociedad (polis), “el mismo sistema de justicia,” como dice Zeno, el fundador del estoicismo. Esto nos lleva al uso del sentido común (que ellos llamaron logos presente por igual en todos los humanos), que se basa tanto en ponernos en el lugar del otro como en referirnos a las cosas según su uso por el cuerpo, cualquier cuerpo humano -y así el arma también. Esta unidad nos conduce al “reino de los fines.”, en el que los fines, la realidad de las cosas y del mundo, nos sirven de referencia objetiva y armónica. En contraste, cuando estamos divididos, nos convertimos en herramientas del arma, esclavizados al punto de que incluso confesamos hacerlo voluntariamente -y mentirnos- y estamos condicionados a sentir empatía, o ponernos en lugar del otro, solo por los nacionales y a sentir desprecio por los extranjeros, una forma de integrarnos en el arma -particularmente en nuestro tiempo, un corrupción de nuestros sentimientos y entendimiento naturales que, insisto, reside en el cuerpo, en cualquier cuerpo humano.
Este mismo entendimiento de la condición humana también estuvo presente en el Moísmo en China, la escuela de pensamiento más popular en su época de pensamiento independiente del estado -que acabó con la unificación de China. El Moísmo define magistralmente y convoca a la Humanidad a la transición “de la parcialidad (la causa del mal) a la universalidad (la causa del bien).” Solo es necesario esperar al descubrimiento del mundo y sus límites para lograrlo, ya que el establecimiento de la universalidad de manera parcial es imposible; sería obviamente contradictorio.
Sin embargo, precisamente cuando los grandes descubrimientos revelaron esos límites y la unidad del mundo—haciéndolo accesible y comunicable—ocurrió un fenómeno inquietante. Los estados o entidades armadas se adaptaron y cooperaron para continuar esclavizando a los humanos. El arma o estado fue entonces representado como Nación, y la Nación fue declarada tanto el sujeto como el agente de la paz. La Nación, y así el estado, resultaba ser el medio por el cual se somete la “maldad de la naturaleza humana” civilizándola y cuando se habla de la paz ahora el objetivo es “civilizar” a los estados, pues son estos los que todavía están en estado de «naturaleza», dicen, a través de una Confederación. Con este fin, primero se creó la Sociedad de Naciones, y hoy está representada por las Naciones Unidas.
Para el cosmopolitismo antiguo, crear la Nación Humana habría sido equivalente a abolir el arma, la unidad armada o el estado. La unidad humana que logra la paz reside en los seres humanos, no en las entidades armadas. No es que creamos en figuraciones; es que sabemos, como Sócrates lo sabía, que el estado es o gira en torno a una unidad armada y así el lógico e intencionado desarrollo o perfeccionamiento de esa arma, “aquello que es para el daño,” resulta en el perjuicio de otros, lo que no puede sino perpetuar así la guerra. Sin embargo, el uso de la figuración con la palabra Nación bloquea nuestra capacidad de confrontar el arma con nuestro entendimiento, que se basa en el sentido común que nos sitúa en la posición de cualquier otro ser humano, ya sea nacional o extranjero, y es del mismo modo que comprendemos objetos y cosas a través de su uso corporal (humano) y de esa manera también entendemos, y cualquiera entiende el arma y su maldad intrínseca y su contradicción, que nos lleva a los humanos a contradicción, por la cual somos esclavizados -privándonos mutuamente de la libertad.
Abstracciones o figuraciones como dioses, naciones, democracias o derechos humanos no son referencias de o para nuestra humanidad porque no son reales (son ideas, nada). Esta es la prueba, ¿acaso podría el estado aceptar algo—ya sea democracia, derechos humanos, el concepto de nación o el cambio climático, los derechos LGTB, etc.—si lo hiciera más débil y vulnerable ante otros? ¿Han hecho la democracia o el comunismo a la gente de un estado más igualitaria? ¿Hay algún estado que no sea piramidal y que no explote así sus (recursos) humanos privándoles de libertad y humanidad? ¿Podríamos imaginar un estado que aceptara un sistema que debilite su arma? En ningún caso eso es posible. Otra cosa es lo que el arma nos cuenta. Fortalecer al estado fue el propósito tanto de la democracia como del comunismo—lease a Engels—y la igualdad solo llegaría después de que los estados comunistas conquistaran el mundo a través de la quinta columna de los trabajadores en todos los países. También pensamos: “¡Qué gran cosa, la esclavitud fue abolida!” Pero ¿acaso es posible mantener esclavos y hacer la guerra con otros estados al mismo tiempo? Por eso los espartanos tenían dos reyes y los romanos dos cónsules, porque controlar los esclavos y hacer la guerra en el exterior son extremadamente difíciles. Pero en las escuelas se suma a los logros del “progreso”. El estado no tiene bondad alguna. Así que no pensemos en la democracia como buena o mala. Entonces, ¿por qué la confesamos? El arma solo la aceptará si le beneficia a sí misma, específicamente si la mejora, haciéndola más dañina. De hecho, el concepto de nación y de democracia llevó a los estados a lo que ahora se llama “guerra total,” en la que también participan mujeres, niños y ancianos y Napoleón demostró las virtudes de la democracia, que ya les había contado Rousseau citando además a Heródoto. Ese es su uso y no mejora humana alguna. Eso también dio lugar al fenómeno del terrorismo, algo impensable en el pasado cuando el estado era la única entidad armada, indiferente a sus sirvientes, mujeres o base de apoyo y producción de recursos humanos y materiales. ¿Y los derechos humanos (y la democracia)? ¿No son estas palabras utilizadas para justificar el ataque a otras armas bajo el pretexto de defender esas ideas? No son todas esas palabras los molinos de viento que ataca don Quijote.
Sunzi afirma que el negocio del líder es desorientar al pueblo, ya que es así como se hace indispensable, y el pueblo lo sigue ciegamente, incluso hasta la muerte, que es lo que requiere la guerra. Repito lo dicho anteriormente: la paz y la concordia que aquellos antiguos sabios vieron en la unidad humana es la paz, la unidad y la concordia de los seres humanos, no de las armas -las unidades armadas o estados. Lo repito: claramente, el desarrollo o perfeccionamiento del arma, “aquello que es para el daño,” resulta en el perjuicio de otros. La paz no es la ausencia de guerra sino el desarme. Este entendimiento es innato en todos nosotros, no requiere liderazgo para explicarlo. Es conocimiento de sentido común (logos). Nos entendemos al ponernos en la posición del otro, y a través de este mismo entendimiento, comprendemos objetos, incluido el objeto más crucial: el arma, con el que amenazamos o somos amenazados de muerte. Esto es algo que Cervantes expone brillantemente, afirmando que “el arma es lo mismo que la guerra” y que nos obliga a confesar lo que decimos y pensamos, ya que “el cielo padece fuerza.” Por esta razón, Cervantes es uno de los casos más notorios de desinformación en la historia, ya que desenmascara el poder, aunque ciertamente los están en el poder son también creyentes de molinos de viento.
El cuerpo no nos engaña. Por lo tanto, no hay nadie que no tema al arma, cuyo propósito es quitar la vida. Pero debemos superar ese miedo con conciencia, confianza y amor por la humanidad, fundados en la certeza absoluta de que este entendimiento (logos) es simple y común a todos nosotros. Los cuerpos no tienen nación. La compasión solo por los nacionales y el desprecio por los extranjeros son inducidos por la desinformación.
En lugar de las Naciones Unidas, hablemos de la Nación Humana.