HACIA UNA PAZ REAL E INCLUSIVA

Nosotros, como humanos, creamos herramientas, objetos y medios para mejorar nuestras vidas: autos que nos hacen más rápidos, mesas que sostienen objetos, casas que nos proporcionan refugio, y así sucesivamente. Estas innovaciones benefician no solo a los individuos, sino a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, las armas son la excepción: su único propósito es causar daño. A diferencia de todas las demás herramientas y medios, no fomentan el bienestar, sino que imponen el poder a través de la destrucción (o su amenaza). Esto desencadena una reacción en la que todas las partes se sienten obligadas a armarse lo más posible, convirtiendo finalmente cada otra creación humana en un medio para sostener y reforzar una unidad armada institucionalizada: el Estado, que comúnmente se alinea con una coalición.

Sin embargo, en nuestra era—cuando la humanidad está universal, simultánea e inmediatamente interconectada—finalmente tenemos la oportunidad de trascender esta lógica ancestral. Para hacerlo, debemos superar las narrativas e ideologías heredadas de la historia—una historia moldeada por la guerra—que oscurecen la distinción fundamental entre el bien, que nos beneficia, y el mal, que nos perjudica. La esencia de esta distinción es clara para cada ser humano: un arma existe únicamente para infligir daño. La historia ha sido moldeada por narrativas que justifican el poder a través de la violencia. La soberanía, los derechos y la propiedad no son conceptos neutrales; son construcciones impuestas por la fuerza. Consideremos la región del Donbás: el control militar dicta las narrativas de legitimidad, ya sea a través de referéndums, elecciones, educación o coerción. Este patrón se ha repetido a lo largo de la historia, moldeando fronteras, gobiernos e identidades bajo pretextos legales o políticos, todo mientras distorsiona nuestra humanidad común.

Sin embargo, nuestra verdadera identidad trasciende estas construcciones. Las narrativas religiosas, ideológicas e históricas pierden relevancia cuando dirigimos nuestra atención a objetivos tangibles que promuevan el bienestar colectivo. Del mismo modo que la comprensión y la empatía son inherentemente humanas—sentimos lo que sienten otros humanos—el Estado suprime sistemáticamente estas facultades, restringiendo la empatía dentro de los límites artificiales de la nación y volviéndonos indiferentes, o incluso hostiles, hacia quienes están fuera de ellos. Por eso la paz resuena con la humanidad: todos formamos parte del mismo conflicto y nos sentimos heridos cada vez que alguien sufre daño. Este es nuestro sentimiento genuino y, por lo tanto, el conflicto nos concierne a todos y nos llama a intervenir por la paz, como propone esta iniciativa.

Mientras la fuerza dicte las relaciones internacionales, las diferencias seguirán sirviendo como pretextos para el conflicto continuo. La verdadera libertad y la paz duradera requieren un cambio de la militarización a la cooperación. La guerra en Ucrania ejemplifica esta dinámica: no es solo una disputa territorial, sino un síntoma de un sistema más amplio en el que el poder armado define el discurso político. Bajo este paradigma, la «paz» no es más que una pausa temporal antes del próximo conflicto, un intervalo utilizado únicamente para el rearme. La historia muestra que los armisticios no resuelven las tensiones; solo las postergan.

Se necesita un enfoque fundamentalmente diferente, uno que priorice a la humanidad y se base en la transparencia, el discurso público y la apertura en los acuerdos. Al mismo tiempo, requiere dejar de lado disputas sobre derechos, soberanía y fronteras, junto con las narrativas, ideologías y construcciones que las sostienen, para enfocarse en objetivos reales y concretos que promuevan el bienestar universal mientras se redirigen los recursos militares. Esta transformación también fomentará un comportamiento humano objetivo e imparcial y remodelará nuestras percepciones mutuas. Al centrarnos en nuestras acciones, su verdadero propósito y nuestras responsabilidades individuales en la consecución de objetivos compartidos, avanzamos naturalmente hacia el desarme—ya que las armas son perjudiciales para todos—y hacia la cooperación global por el bien común. La paz ya no puede ser una simple transacción entre Estados militarizados; debe convertirse en un compromiso humano colectivo, basado en la transparencia y la responsabilidad compartida, para prevenir la recurrencia del conflicto. Y así, primero debe ser asumido y propuesto por las Naciones Unidas (si realmente lo son).

En este contexto, los intelectuales desempeñan un papel crucial en el desmantelamiento de las narrativas que perpetúan la guerra. A través del diálogo transfronterizo, exponen y aíslan las ideologías particulares que sostienen el conflicto y redirigen el discurso hacia objetivos concretos de cooperación humana. Al mismo tiempo, actúan como mediadores entre los Estados y el público, demostrando que la paz no es simplemente la ausencia de guerra, sino la construcción activa de un nuevo modelo de convivencia, en el que el poder ya no derive de la imposición de armas, sino de nuestro interés compartido en la colaboración y el progreso colectivo.

Desde esta perspectiva, la propuesta de paz para Ucrania no se trata solo de resolver un conflicto; es un modelo para la transformación de la humanidad. Es una invitación a romper el ciclo de guerra perpetua y abrazar una nueva era en la que el propósito compartido y la cooperación definan nuestro futuro colectivo. Y si la ONU realmente quiere representar a la humanidad, debe hacerlo suyo.


Introducción

La guerra en Ucrania representa una herida abierta en el cuerpo de la humanidad. Sus orígenes se derivan de las tensiones entre las aspiraciones de Ucrania de alinearse con la esfera occidental (UE y OTAN) y las preocupaciones de seguridad de Rusia. Los acontecimientos del levantamiento del Maidán en 2014, la anexión de Crimea y el apoyo ruso a los movimientos separatistas en el este de Ucrania escalaron hasta una intervención militar directa en 2022, desencadenando una crisis humanitaria y geopolítica de una magnitud sin precedentes. Las implicaciones de este conflicto van mucho más allá de la región, ya que el potencial de escalada—marcado por el posible uso de armas de destrucción masiva (nucleares, bacteriológicas, químicas, etc.), la ciberguerra, la destrucción de infraestructuras, las tecnologías disruptivas y la guerra híbrida—representa una grave amenaza para el mundo entero. No se trata solo de una disputa regional, sino de un recordatorio de la interconexión de nuestra comunidad global. El potencial catastrófico de un conflicto de esta naturaleza exige una respuesta global unificada, ya que afecta la supervivencia y el bienestar de toda la humanidad. Es un llamado de atención a la comunidad internacional para priorizar la seguridad y la paz colectivas sobre la división y la fuerza.

Ahora bien, esta propuesta de paz se basa en un principio simple pero profundo: las armas y/o los ejércitos (su desarrollo) son los motores fundamentales de la guerra, como este caso claramente demuestra. Un alto el fuego o armisticio—frecuentemente etiquetado como paz—es, en realidad, una pausa para el rearme, que solo pospone el próximo conflicto.

Cada bando usa estas pausas para asegurar ventajas, ya sea mediante posicionamiento territorial o fortalecimiento militar, perpetuando un horizonte de confrontación impulsado por la dinámica inherente de ejércitos independientes, cada uno guiado por la lógica de la autopreservación, expansión y mejora. Estas fuerzas, al buscar fortalecerse, inevitablemente entran en conflicto con otras que persiguen los mismos objetivos. La verdadera paz solo se logrará cuando las armas y los ejércitos sean puestos bajo la supervisión colectiva de la humanidad y redirigidos hacia los intereses compartidos de la humanidad. De lo contrario, si la ONU sigue sirviendo a las unidades armadas en lugar de a la humanidad, la primera manifestación de la humanidad será la oposición a la ONU como herramienta de la violencia estatal.

A la luz de esto, proponemos un enfoque audaz e innovador que trascienda las dinámicas tradicionales de victoria y derrota y que, en su lugar, priorice el bien común de la humanidad.


Estado Actual del Conflicto

  1. Avances militares: Rusia ha consolidado el control sobre regiones del este y sur de Ucrania, aunque estos territorios carecen de reconocimiento internacional.
  2. Demandas opuestas: Ucrania busca garantías de seguridad a través de la OTAN, mientras que Rusia exige la neutralización y desmilitarización de Ucrania.
  3. Riesgo global: La escalada militar y la polarización entre bloques amenazan con desestabilizar aún más el orden internacional.

Enfoque Innovador
Esta propuesta adopta una perspectiva integral de la Humanidad como sujeto y objeto del acuerdo. Su base es la suspensión temporal de las cuestiones de derecho, soberanía y fronteras, que son insolubles mediante la razón y dependen de la fuerza. Dado que la fuerza es cambiante y subjetiva, estas cuestiones no ofrecen un camino viable hacia la resolución del conflicto.
En su lugar, nos centramos en fines y propósitos concretos y universales que beneficien a toda la Humanidad. Estos incluyen:

  1. Cese inmediato de las hostilidades: Detener la violencia y el sufrimiento humano mediante un alto el fuego verificable y supervisado.
  2. Reconstrucción de las zonas afectadas: Reparar la infraestructura crítica, garantizar acceso a vivienda, agua, alimentos y servicios médicos en las áreas devastadas por la guerra.
  3. Redistribución de recursos: Reorientar los gastos militares hacia proyectos humanitarios, como la erradicación del hambre, el acceso a la educación y la atención médica universal.
  4. Cooperación internacional: Establecer programas conjuntos en áreas como seguridad alimentaria, energías renovables y resiliencia climática, que beneficien a todos los países.

Propuesta de Paz

  1. Cese de las Hostilidades
    • Implementar un alto el fuego inmediato, supervisado por observadores internacionales designados por la ONU.
    • Fomentar actividades de reconciliación entre las comunidades afectadas, con la participación de líderes locales y organizaciones humanitarias.
    • Reorientar los ejércitos y recursos de Rusia y Ucrania hacia la reconstrucción de las zonas devastadas, priorizando infraestructura crítica, vivienda y servicios esenciales.
  2. Establecimiento del Dividendo de la Paz
    • Crear un fondo internacional financiado con el 2% del PIB de cada país involucrado, junto con recursos previamente destinados a la guerra.
    • Asignar este dividendo a programas humanitarios globales, con prioridad en alimentación, vivienda, atención médica y educación en las áreas más afectadas.
  3. Suspensión de la Carrera Armamentística
    • Imponer una moratoria al desarrollo y adquisición de armas, con mecanismos verificables liderados por organismos internacionales.
    • Reorientar los presupuestos militares hacia programas de cooperación internacional, desarrollo sostenible y resiliencia climática.
  4. Creación de un Marco de Cooperación Global
    • Establecer proyectos multinacionales en áreas clave como seguridad alimentaria, energías renovables, investigación científica y desarrollo tecnológico.
    • Promover el intercambio de conocimientos y recursos entre naciones para abordar desafíos globales y las desigualdades económicas.

Método y Procedimiento

  1. Suspensión temporal de disputas: Las cuestiones de soberanía, derechos y fronteras se posponen para priorizar el beneficio común.
  2. Publicidad y transparencia: Todos los pasos acordados serán supervisados y evaluados por la ONU, con difusión universal en todos los idiomas.
  3. Participación global: La Humanidad en su conjunto actuará como garante del acuerdo, a través de la participación activa de gobiernos, organizaciones internacionales y ciudadanos.

EL PAPEL DE LOS INTELECTUALES GLOBALES

En este proceso de transformación, el papel de los intelectuales de todo el mundo es fundamental. Su tarea principal es llevar a cabo un examen crítico de las construcciones culturales, religiosas e ideológicas que sustentan los conflictos, con el objetivo de garantizar que la cooperación se base únicamente en metas concretas y tangibles que beneficien a toda la humanidad. Al abordar esta tarea con franqueza y sinceridad, ayudan a eliminar las capas de abstracción —como mitos, doctrinas y suposiciones— que históricamente han sido utilizadas para justificar la violencia y la división.

Análisis crítico de las construcciones ideológicas

Los intelectuales se centrarán en identificar y cuestionar las narrativas, creencias e ideologías que alimentan las divisiones y perpetúan los conflictos. A través del diálogo abierto y el escrutinio riguroso, trabajarán para poner entre paréntesis estas abstracciones, que a menudo sirven como herramientas de poder en lugar de caminos hacia la paz. El objetivo no es imponer nuevas ideologías, sino liberar la conversación del peso de la historia y la cultura, permitiendo un enfoque más claro en objetivos compartidos y prácticos.

Desapego de las narrativas abstractas

Al fomentar un entorno donde las discusiones no estén condicionadas por restricciones dogmáticas o ideológicas, los intelectuales pueden garantizar que la búsqueda de la paz se mantenga anclada en la realidad. Esto implica alentar a todas las partes a dejar de lado nociones preconcebidas, mitos y vínculos simbólicos que no contribuyan directamente al bienestar de la humanidad. Solo de esta manera podemos asegurar que las soluciones propuestas sean verdaderamente universales y efectivas.

Enfoque en objetivos concretos

El objetivo final es alinear todos los esfuerzos hacia resultados específicos y medibles que mejoren el bienestar y la seguridad humana. Al concentrarse exclusivamente en estos objetivos concretos, los intelectuales ayudan a crear un marco de cooperación que trasciende las fronteras nacionales, culturales e ideológicas. Este enfoque garantiza que los acuerdos se basen en consideraciones prácticas en lugar de principios abstractos, lo que los hace más resilientes y sostenibles a lo largo del tiempo.

Mediación entre autoridades estatales y ciudadanos

Como mediadores, los intelectuales desempeñan un papel vital al cerrar la brecha entre los actores estatales y la población en general. Facilitan la comprensión al traducir acuerdos complejos en términos accesibles y asegurando que las voces de los ciudadanos sean escuchadas y consideradas. Su capacidad para sostener un diálogo común, desligado de intereses partidistas, los hace especialmente idóneos para promover la transparencia y la rendición de cuentas en todo el proceso.

Promoción de una cooperación humana genuina

Al centrarse exclusivamente en los propósitos y objetivos concretos de esta propuesta, los intelectuales contribuyen a construir un modelo de cooperación que prioriza el bien común por encima de todo. Este modelo rechaza el uso de la fuerza o la coerción en favor de la colaboración basada en el beneficio mutuo y el respeto por la dignidad humana.

Garantías del Acuerdo

Compromiso global: La humanidad en su conjunto garantizará el acuerdo, con la participación de gobiernos, ONG y movimientos ciudadanos.
Supervisión continua: Un consejo permanente de paz, compuesto por representantes de diversas regiones del mundo, evaluará el cumplimiento del acuerdo y propondrá ajustes si es necesario.
Condiciones para la cooperación: Se definirán indicadores claros de progreso, como la reducción de desigualdades y mejoras en las condiciones humanitarias, con informes públicos periódicos.

Transparencia y supervisión internacional:

Todos los acuerdos alcanzados deberán ser divulgados públicamente en múltiples idiomas para garantizar su accesibilidad global.

Un sistema de monitoreo continuo, dirigido por organizaciones internacionales independientes, proporcionará actualizaciones regulares accesibles a cualquier persona interesada.

Los procesos de toma de decisiones serán transmitidos en vivo siempre que sea posible, permitiendo la observación directa por parte de la ciudadanía global.

Conclusión

En el corazón de cada conflicto yace una verdad fundamental: todos formamos parte de la misma familia humana. Las divisiones que nos separan —ya sean nacionales, ideológicas o culturales— son construcciones creadas por nosotros mismos, a menudo impuestas mediante sistemas de poder y violencia. Sin embargo, son precisamente estas divisiones las que oscurecen nuestra humanidad compartida y nos llevan a infligirnos daño unos a otros. Cuando presenciamos la destrucción, ya sea en tierras lejanas o cerca de casa, sentimos su peso porque, en lo más profundo, reconocemos que el sufrimiento ajeno también es nuestro.

Esta propuesta de paz no es solo un intento de resolver un conflicto particular; es un llamado a reconectarnos con nuestra humanidad innata. Nos invita a trascender las fronteras artificiales que nos dividen y a reconocer la profunda interdependencia que nos une como especie. No somos meros espectadores de la guerra y la destrucción, sino participantes en los sistemas que las perpetúan. Y, sin embargo, esta misma realización nos otorga el poder de actuar. Porque está en nuestras manos desmontar esos sistemas y construir, en su lugar, un mundo donde la cooperación reemplace la confrontación, la comprensión supere al miedo y el bienestar de todos se convierta en el principio rector de nuestro esfuerzo colectivo.

Nuestra identificación con naciones, identidades o ideologías específicas puede, en ocasiones, cegarnos ante esta verdad más profunda. Pero cuando nos permitimos ver más allá de estas etiquetas, descubrimos que lo que realmente nos une es un deseo compartido de paz, dignidad y plenitud. Las estructuras militarizadas que dominan nuestras sociedades no reflejan nuestra verdadera naturaleza como seres humanos; la distorsionan, reprimiendo nuestra empatía y solidaridad innatas. Al rechazar estas estructuras, reclamamos nuestra humanidad y abrimos la puerta a un futuro libre del ciclo de destrucción mutua.

Así, esta no es solo una propuesta de paz, sino una propuesta de humanidad para la humanidad. Nos llama a cada uno de nosotros a asumir la responsabilidad del mundo que creamos y a trabajar juntos hacia un objetivo común: liberarnos de las cadenas de la violencia y la división. Al hacerlo, no buscamos imponer nuestra voluntad sobre otros, sino extender una mano de hermandad, reconociendo que la verdadera libertad y la paz duradera solo pueden lograrse a través del esfuerzo mutuo y el compromiso compartido.

Abracemos esta oportunidad de regresar a nuestra verdadera esencia: ser plenamente humanos, compasivos y conectados. Pues en este regreso no solo encontraremos el fin del conflicto, sino el comienzo de una nueva era, en la que permanezcamos unidos en nuestra diversidad, vinculados por una visión compartida de un mañana mejor.____________________________


Firmado en nombre de la Humanidad,
9 de febrero de 2025

Manuel Herranz Martín www.human-unity.org

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